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Esas sagradas barras de bar

Como el bolso o los zapatos a un vestido, la cajetilla metálica de Lucky Strikes a unos jeans ajados o las gafas de sol polarizadas a una sonrisa estival de póster, las barras de bar son al Gin-Tonic tan importantes como el número de destilaciones, los botánicos, la cantidad de hielo añadido a la copa de balón o la graduación de tu Gin-Tonic.

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Si bien es cierto que, según las estadísticas, por la crisis y otros hábitos sociales, cada vez acudimos menos a la cocktelería, gintonería, licorería o pub de moda para darnos calor, buena compañía, sabor y, por lo general, un homenaje, en aras de un consumo en casa más económico y asequible, las estadísticas aseguran otras cosas tan disparatadas como que la economía va a mejor, que el crecimiento y la sostenibilidad de la sociedad del bienestar es teóricamente infinita, o que cuanto mayor es la riqueza de un país más chico es el tamaño del sexo masculino en sus habitantes. Así que en Gintonicpack queremos homenajear a esas barras que nos han servido de apoyo (a nosotros y a nuestro trago), que nos han visto crecer, tambalearnos, besar a una mujer, un hombre o a varios a la vez. Esas barras que nos han oído conversar, discutir, callar y susurrar… A esas barras que soñamos acudir, sobre las que recaen tantos secretos o a esas otras que jamás volveremos… He aquí un post para los amantes del buen trasiego y su cultura, los que con responsabilidad elevan esta práctica (la del Gin-Tonic) al Siglo de las Luces.

Barra de bar

De las de mármol a las de madera, de las veteadas a las del surco de la copa, de las arañadas y mal iluminadas a las de luces de colores de los clubs de moda… Saborear The Botanical´s con Fentimans de pie sosteniendo la copa en la mano hasta el último sorbo no es, ni de cerca el goce de la dinámica y elegancia del ir y venir de la copa a la barra y a los labios.

Para quien busca imbuirse en un ambiente distinguido, sino al menos diferente, y viajar al París del art nouveau en pleno centro de Sevilla. En la calle Tomás de Ibarra, Le XIX, de reciente apertura, recrea a la perfección ese ambiente modernista de los primeros años del siglo pasado en los que el Jazz, la literatura y las vanguardias… eran incipientes corrientes artísticas y estéticas. Este café y bar de copas de estudiada decoración modernista, acoge, con su barra sacada de L.A. Confidential, desde a jóvenes aspirantes a profesor universitario de americana con coderas y gafapasta, hasta jubilados que tararean a Leonard Cohen cual sirenas en busca de barcos del amor que hacer encallar en sus costas. En sus sillones de cuero, sus banquetas a pie de la nívea barra, sus ventanales, preguntar por la carta de ginebras mientras se guarda uno el reloj en el bolsillo, se hace un rito casi sagrado.

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Un poco más al norte en el mapa, en el Mercado de la Reina de Madrid, tres amigos que compartían pasión común (la ginebra, por supuesto), decidieron primero marchar a San Sebastián a aprender a servir las mejores ginebras del país, y aunque no sabemos si lo han conseguido, a su oscura barra de madera acuden numerosos afterworks madrileños, quien sabe si en compañía de sus superiores, ávidos en deseos de un ascenso. Por su iluminación y su ambiente, su recogimiento, el Gin Club del Mercado de la Reina de Madrid es el templo de peregrinación a cuya maciza barra los Gin-Tonic vienen a morir en labios más o menos doctos.

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Mencionados los alumnos, el maestro mentor al cual los fundadores del Gin Club del Mercado de la Reina de Madrid fueron a visitar (y a aprender de su experiencia) a San Sebastián no es ni más ni menos que uno de los más famosos profesionales mezcladores de Euskadi, Joaquín Fernández, propietario de Cocktelería Dickens y artesano de infinidad de cócteles. Con un refinado y elegante estilo, lo que para los apócrifos bien pudiera parecer un mesón debido a su decoración en madera, a sus cristaleras y a su vítrea iluminación, no es sino una histórica cocktelería de Donosti donde sus codos agradecerán el acolchado en cuero de su barra de sólida madera ocre. Sus cómodos sillones le tentarán de alejar sus pasos de la barra, en la que se sentirá como en un casino de los años 20, si bien de seguro el barman sabrá dibujarle a usted el mapa de notorias visitas que compartieron historias en la barra que tan cómodamente le acoge.

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Con mucho encanto, en Valencia, el Clandestino Bar, en la calle Marqués de Dos Aguas, es idóneo para pasar una tarde de fin de semana lluvioso. Como si de un Casino de provincias se tratara, su elegancia y sus suelos de mármol, su decoración e iluminación, nos alejan de un mundo dominado por el funcionalismo de Ikea y de los materiales “usar y tirar”. En su pequeña pero coqueta barra desearás que comience la función guiñolesca gracias a su aterciopelada cortina que hace parecer los expositores de licores un dibujo realísticamente representado. Una coctelería de autor en el barrio de Las Letras donde creerás haber perdido el sombrero (aunque no lo vistas) al dejar la elegante copa.

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¿Cuáles son vuestras barras de bar a las que acudís como salmones, río arriba, en el ciclo de la semana?

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